Seat 600 (1969)

El 600 resultó ser el gran mito del despegue de la motorización española en la época de post-guerra. Es el coche, como gente todavía recuerda, con el que su padre le enseñó conducir.

Por ello, muchísimos hijos, nietos y hasta biznietos de sus propietarios, llevan décadas oyendo contar anécdotas de los «épicos» viajes de 12 horas o más para realizar 500 kms. En aquella época viajar tenía mucho de aventura, en la que se mezclaban lo precario de la red viaria con el limitado nivel prestacional de los coches disponibles y una fiabilidad mecánica que no era la de hoy en día.

A lo largo de su fabricación la carrocería se mantuvo prácticamente invariable, al margen del cambio de orientación en la apertura de las puertas a partir de 1970. El 600-D aparecido en 1963, y su sucesor el E, se podrían considerar como «el 600» por antonomasia: con la cilindrada que sería la definitiva hasta el final de su existencia, se enfrentaba a las duras condiciones de los exigentes trazados de aquellos tiempos. Destacaba su diseño de carrocería, aprovechando sus 3,30 metros de longitud para un habitáculo en el que en teoría cabían bien cuatro personas, y muy justas cinco, aunque en la práctica se metían muchas más …

A nivel de prestaciones, el 600 conseguía una velocidad máxima de 115 km/h y cubría los primeros 1.000 metros en tan sólo 45,5 segundos, unas cifras nada desdeñables si hablamos de un motor que rendía 28 CV como máximo.

En cuanto al maletero, el 600 se conformaba con 68,5 litros, que tenía que compartir, bajo el capó, con el depósito de combustible y la rueda de repuesto, sin embargo, eso no era impedimento para ir a la playa con todo el equipaje de la familia, ya que uno de los elementos «extra» fundamentales de todo buen 600 de la época que se precie era el disponer de una buena baca.

Resulta un coche recomendable para los nostálgicos.

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